viernes, 30 de marzo de 2012

Las puertas del paraíso de Jerzy Andrzejeswski


Las puertas del paraíso de Jerzy Andrzejewski
Rebeca Becerra
PUBLICADO EN:
Caxa Real, Revista Histórico-Literaria de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, No. 49-No. 50, abril-mayo de 2007, Tegucigalpa, Honduras.

Guaraluna: Revista digital  de literatura y humanidades. Honduras. Noviembre de 2006.


Dos son los autores que han llevado a la literatura la leyenda sobre la expedición de cruzadas infantiles del año de 1212,  Marcel Schwob (Chaville, 1867-París, 1905) con su libro La cruzada de los niños (1896), el cual “constituye una joya de la literatura universal. Mediante una polifonía de voces (ocho monólogos) se describirá la aciaga suerte de dos columnas de niños que, alentados por las fogosas prédicas de monjes goliardos, partieron en el siglo XIII de Flandes, el norte de Alemania y Francia hacia Jerusalén para liberar el Santo Sepulcro. Su fe e inocencia eran sus únicas armas. Una de las columnas zarparía desde Génova, perdiéndose los barcos en una tempestad. La otra saldría de Marsella para arribar a Alejandría, donde los niños serán asesinados, vendidos como esclavos o destinados a harenes y burdeles. Esta disposición narrativa —una suerte de anticipo de las técnicas de la denominada historia oral— tenía su antecedente en el poema narrativo The Ring and the Book (1868) de Robert Browning”[1]. Según Borges en el prólogo a La cruzada de los niños de Schwob, éste “aplicó a la tarea el método analítico de Robert Browning, cuyo largo poema narrativo nos revela a través de doce monólogos la intrincada historia de un crimen, desde el punto de vista del asesino, de su víctima, de los testigos, del abogado defensor, del fiscal, del juez, del mismo Robert Browning”[2]. “La primera traducción al castellano de La cruzada de los niños —utilizada en la edición de Tusquets de 1971— fue efectuada en 1917 por Rafael Cabrera, miembro del célebre grupo mexicano de los Contemporáneos. Igualmente, Jorge Luis Borges prologará la edición argentina de 1949, reconociendo su deuda literaria con Schwob”[3]. Otro es el autor polaco Jerzy Andrzejewski con su libro Las puertas del paraíso.

Las cruzadas dieron comienzo en 1095 y eran expediciones militares realizadas por cristianos de Europa occidental y por petición del Papa Urbano II, cuyo objetivo era liberar a Jerusalén y el Santo Sepulcro, además de otros lugares santos que se encontraban en manos de los musulmanes. Pero también fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente. Se llevaron a cabo cuatro cruzadas desde el 12 de noviembre de 1095 hasta 1119 cuando se efectuó la cuarta, aunque los historiadores no se ponen de acuerdo respecto a su finalización, y han propuesto fechas que van desde 1270 hasta incluso 1798.

Entre las cruzadas infantiles se mencionan: La expedición de cruzados infantiles de Borgoña y la cruzada infantil de Alemania. Se cree que quienes incitaron a los niños a las cruzadas fueron frailes capuchinos para que continuasen la obra que, había caído en la desconfianza hacia los cruzados mayores y que solamente un espíritu sano y limpio podría llevar a cabo tal empresa divina: los niños.

Los niños “creían poder atravesar a pie enjuto los mares. ¿No los autorizaban y protegían las palabras del Evangelio Dejad que los niños vengan a mí, y no los impidáis (Lucas 18:16); no había declarado el Señor que basta la fe para mover una montaña (Mateo 17:20)? Esperanzados, ignorantes, felices, se encaminaron a los puertos del Sur. El previsto milagro no aconteció. Dios permitió que la columna francesa fuera secuestrada por traficantes de esclavos y vendida en Egipto; la alemana se perdió y desapareció, devorada por una bárbara geografía y (se conjetura) por pestilencias”[4].

Las historias de Schwob y principalmente Andrzejewski están basadas en las cruzadas que se emprendieron en los territorios de Francia. La de Andrzejewski es una versión más contemporánea sobre esta ingenua leyenda. Las puertas del paraíso fue publicada en 1959, y significó un desafío en su momento ya que rechazaba por completo la estética oficial de Polonia.

Las puertas del paraíso se aleja completamente del estilo simbolista y teosófico de Marcel Schwob, Andrzejewski “logró crear con ese antiguo tema un monólogo de extrema tensión lingüística cuyo núcleo es aún más insondable que el del relato de Schwob”[5]

La única traducción al español de esta maravillosa novela fue realizada por Sergio Pitol, escritor mexicano, que vivió y conoció a Andrzejewski en su país natal Polonia, durante los años de 1963 a 1966.

Para Pitol la novela se compone de dos frases únicas, la primera que consta de ciento cincuenta páginas y la segunda que consta de cinco palabras. En la primera se entretejen las confesiones de los cinco adolescentes de Cloyes; es una parte tormentosa y oscura, un rosario de confesiones complejas que van asombrando al lector a medida que avanza en ese picado mar de palabras. Y la segunda es una sola frase que cierra la novela con la esperanza y la desesperanza de llegar a las puertas de Jerusalén: “Y caminaron toda la noche”[6].

Un gran aporte de los autores del siglo XX a la narrativa universal fue el hecho de crear y concretar a través de sus obras modernas formas narrativas. La obra de Andrzejewski se encuentra inmersa dentro de estas grandes obras innovadoras y perdurables a través del tiempo. “Su hálito poético ha resistido perfectamente al tiempo, y su sentido, a pesar de lo explícitas que parecen las confesiones, parecen ahora aún más enigmáticas”[7].

Esa primera parte a la que se refiere Sergio Pitol, se entreteje a través de un ejercicio reiterativo, es común la repetición del objetivo que se persigue con la cruzada como una obsesión, liberar a Jerusalén de los turcos infieles, atravesar sus muros y rescatar al Santo Sepulcro; además de la repetición de otros párrafos u oraciones claves dentro de la novela. Este carácter de elementos reiterativos, sumado a otros como las palabras iniciales que introducen los monólogos o las voces de los personajes: dijo, pensó.... nos remiten a las características de la literatura de carácter oral. Y es que esta leyenda ha sido transmitida a través de este vehículo.

Hay dos caras dentro de esta historia primera, parecieran dos objetivos completamente diferentes; el centro de la novela se mueve de un lado a otro sin encontrar valga la redundancia su propio centro: Uno es la procesión hacia los muros de Jerusalén y otro son las historias amorosas que cada uno de los adolescentes van expulsando de sus cuerpos como demonios para que el Padre los absuelva y poder continuar en la cruzada. Esta primera parte está presentada como un rosario de palabras donde Andrzejewski no hace concesiones al lector/a debido a que no hay pausas mayores, me refiero a puntos. Solamente hay pausas pequeñas o comas, esta intención estructural también pareciera ser el móvil de la novela; entonces encontramos tres centros que buscan su centro y no logramos al final de la lectura definirlo. Las pausas cortas a través de comas marcan un ritmo y atrapan al lector/a al que solamente le queda continuar leyendo la historia hasta que se acabe la novela y encontrar ese punto y aparte tan deseado. Andrzejewski crea a través de su técnica una tensión lingüística extraordinaria que escruta nuestros limitados conocimientos técnicos narrativos.

La fábula trata de cuatro adolescentes de la aldea de Cloyes que marchan hacia los muros de Jerusalén a liberar al Santo Sepulcro de los turcos infieles, después de que uno de ellos Santiago, el hallado, mejor conocido por sus dotes naturales como Santiago, el bello, tiene una visión en su cabaña donde vive solitario debido a su orfandad. Todos son adolescentes entre 14 y 16 años. Los otros son Maud, la hija del herrero, Roberto el hijo del molinero, Blanca la hija del carpintero y Santiago, que es pastor. Los acompañan Alesio Melisseno, griego de Bizancio, Conde de Chartres y de Bliois. Es importante destacar que los niños de la leyenda de las cruzadas eran menores de 12 años, por lo tanto criaturas inocentes lanzados a una empresa sumamente descabellada. Andrzejewski hace su propia versión en esta novela que aunque nos remita a un hecho posiblemente real nos interna también en la ficción. El verdadero pastor que tuvo la visión o la revelación fue de nombre Esteban quien abandonó el rebaño, corrió al lugar y reunió a todos los niños. Pero no solamente los niños le escucharon, sino también los mayores. En Las puertas del paraíso, Santiago baja a la plaza del pueblo donde suspende una fiesta, el casamiento de la hermana de Maud, y anuncia:

“Dios todopoderoso me ha revelado que frente a la insensible ceguera de los reyes, príncipes y caballeros es necesario que los niños cristianos hagan gracia y caridad a la cuidad de Jerusalén en manos de los turcos infieles, porque por encima de todas las potencias de la tierra y el mar sólo la fe ferviente y la inocencia de los niños puede realizar la más grandes empresas, tener piedad de la Tierra Santa y del Sepulcro solitario de Jesús...”

En esta historia los mayores no están de acuerdo por lo que no se les unen a la cruzada como se supone que sucedió en la realidad. Solamente marcha con ellos a la cabeza un fraile menor quien en un sueño se le reveló que dicha empresa iba a ser un fracaso; en el sueño escucha una voz que le muestra los muros de Jerusalén que no son más que un desierto inanimado y calcinado por el sol. Asimismo se le aparecen dos jóvenes que avanzan solos a través de este desierto, uno de ellos muere, el otro continúa la marcha; en el sueño el padre descubre que ese joven es Santiago, el hallado; el fraile comprende que todos los demás han muerto en la travesía, por lo que decide a través de la confesión saber el origen de todo lo que está sucediendo para comprender el significado y por qué el Señor no lo tomó en cuenta para emprender tal empresa, realiza una confesión general, ausculta el espíritu de los adolescentes para saber si en alguna de ellas se esconde un grave pecado y absolverlo.

“Schwob en La cruzada de los niños presenta de modo sucesivo los monólogos infantiles, y los de algunos personajes que participaron, aunque sea casualmente en aquella empresa inaudita. Andrzejewski, por el contrario, intenta la simultaneidad”[8]. Esta simultaneidad nos permite conocer los pensamientos y acciones ocultas de los cuatro adolescentes, dicha simultaneidad se lleva a cabo a través del ejercicio de la confesión; sin embargo dentro de ésta se van dar paralelamente otras confesiones como la autoconfesión del fraile menor, y aun más intrincado dentro de las confesiones de los personajes de los cuatro jóvenes se van a confesar otros personajes por boca de los primeros, como la del padre adoptivo de Alesio Melisseno, el Conde Ludovico de Vendome, quien se confiesa a través de su hijastro y posteriormente a través de Santiago, el bello.

Pero qué es lo que encierran esas confesiones: pues que el móvil de la cruzada son las pasiones ocultas, el deseo del cuerpo y no la fe, una cuestión de moral. Cada una de las confesiones pasa a formar parte de la anterior, es decir se van entrelazando de una manera que una esclarece o amplía la otra. A medida que avanzan el escritor va dando nuevos elementos que poco a poco se van integrando en un todo complejo. Es una fábula fragmentada pero donde al mismo tiempo se integran el punto de vista del narrador y las voces de los personajes.

El tercer día de las confesiones ha llegado y toca confesar a los cuatro jóvenes: Maud, Blanca, Roberto y Santiago. El fraile percibe grandes pecados detrás de la empresa pero “su larga vida de confesor le ha enseñado que de los sufrimientos, de los infortunios y de la perdición pueden nacer también el deseo de la fe, y que las mismas fuentes envenenadas son capaces de generar un milagro. Y ese milagro no puede ser sino el rescate del Sepulcro de Cristo. Él estará presente en el momento supremo. Siente que su muerte está próxima, pero esa muerte alcanzará una grandeza que su vida jamás ha conocido”[9]. Está dispuesto a absolverlos a todos, pero a medida que avanzan las confesiones su espíritu entra en una disputa moral que lo hace reflexionar sobre la fe y razón. Para Pitol esta “contienda moral constituye la más sólida columna de la novela; sin esta reflexión ética la novela sería de cualquier manera asombrosa, pero correría el riesgo de que la aquejara una situación decorativa y arqueológica”[10].

Son confesados desde los pecados más simples hasta los más complejos moralmente como la relación sexual del Conde Ludovico con su hijastro Alesio Melisseno. A través de las confesiones nos vamos dando cuenta de la vida de cada personaje y cómo se entrelazan unas vidas con otras.

“El final es terrible, el último confesante, Santiago de Cloyes, el iluminado por la gracia de Dios, no puede ser absuelto. Lo que el niño cree ser una iluminación no lo es. El confesor comprende que debe detener esa marcha de la locura, de la inocencia, de las pasiones y la mentira”[11]. Comprende que su sueño solamente fue una premonición y no una señal que lo llevaría ser testigo de una gloriosa empresa. En el fraile se simboliza la razón, pero esa razón será aplastada por lo onírico, la pasión, el deseo y lo irracional de la adolescencia que marchará sobre su cuerpo que ha sido derribado por el brazo de una enorme cruz.

Finalmente aunque el texto no lo anuncie, se vislumbra un final funesto como supuestamente sucedió en la realidad. “Y caminaron toda la noche” nos dice la segunda parte de esta novela, frase única y avasalladora que nos muestra la pérdida total en las tinieblas humanas de estas almas adolescentes, quienes engañadas marcharon hacia las puertas de un paraíso ilusorio.





[2] Prólogo de Jorge Luis Borges a la versión en español de Las Cruzadas de los Niños de Marcel Schwob. Buenos Aires, Argentina. 1949
[4] Prólogo de Jorge Luis Borges  Op.Cit
[5] Pitol, Sergio. Prólogo. Las Puertas del Paraíso. 2da. Ed. Veracruz, México. 1996. P. 22
[6] Andrzejewski, Jerzy. Las Puertas del Paraíso. 2da. Ed. Veracruz, México. 1996. P. 144.
[7] Pitol, Sergio. Op.Cit. P. 24
[8] Pitol, Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 25
[9] Pitol, Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 27
[10] Pitol, Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 28
[11] Pitol, Sergio. Prólogo. Op. Cit. P. 29

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